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Andrés Manuel López Obrador ha visitado casi 30 hospitales este verano. No ha ido para tratarse, sino a estrechar manos con los mexicanos que acuden a la sanidad pública en regiones rurales del país. Con “los más pobres”, dice a cámara en los vídeos que después comparte en sus redes sociales. En uno de ellos, está con una pareja de jóvenes que espera a su primer hijo en el Estado sureño de Chiapas. Ella, nerviosa, apenas habla con el político. Él, exultante, no deja de agradecerle que se haya pasado por el sanatorio. “Faltan los médicos y sobre todo falta la medicina”, reconoce López Obrador frente a la pareja, al mismo tiempo que les promete que las condiciones mejorarán. Después se va a un mitin en la plaza principal de la comunidad. Esa ha sido la rutina del primer presidente de izquierda de México todos los fines de semana de los últimos dos meses: más parecida a la de una campaña electoral que a la de un mandatario en ejercicio. Al mismo tiempo, el presidente ignora las voces que le cuestionan sobre cómo conseguirá los recursos que le ayudarán a obtener sus objetivos de justicia social.
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