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Antes que dar a conocer su nombre verdadero, prefiere revelar los motes con que lo humillaban a sus 13 años. “Flaco”, “debilucho”, “alfeñique” y “chaparro”, eran apenas algunos adjetivos usados por los bravucones del colegio para denostarlo, y eso si bien le iba, porque con frecuencia las agresiones pasaban de lo verbal a lo físico. Hoy, aquel adolescente es un luchador profesional que sobre el ring enfrenta a todo tipo de adversarios, y fuera de él, al bullying escolar.