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El primer cuento que escribió Chéjov fue rechazado por los periódicos a los que lo mandó. Llevaba por título: Más corto que el pico de un gorrión. Chéjov ya concebía su género como algo propio del gorjeo de un pájaro, y no es casualidad que, respecto de sus primeros cuentos, dijera que los escribió «como canta un pájaro», sin darle a los mismos mayor importancia (SM). Quisiera pensar que, premonitoriamente, Chéjov intuyó el advenimiento de Twitter, que en inglés significa justamente eso: gorjeo, piada.
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El primer cuento que escribió Chéjov fue rechazado por los periódicos a los que lo mandó. Llevaba por título: Más corto que el pico de un gorrión. Chéjov ya concebía su género como algo propio del gorjeo de un pájaro, y no es casualidad que, respecto de sus primeros cuentos, dijera que los escribió «como canta un pájaro», sin darle a los mismos mayor importancia (SM). Quisiera pensar que, premonitoriamente, Chéjov intuyó el advenimiento de Twitter, que en inglés significa justamente eso: gorjeo, piada.

Antón Chéjov, precursor de Twitter

En el número especial que el Correo de la UNESCO dedica a Antón Chéjov, en enero de 1960, con motivo del 100 aniversario de su nacimiento, la crítica María Yelizarova lo presenta como «genio de la brevedad» (CU, 13). Yelizarova dice, además, que para imponerse como «maestro insuperable del cuento», Chéjov tuvo que «luchar contra muchas tradiciones moribundas antes de ganar renombre entre los críticos y lectores», vale decir que se fajó para cosechar muchos followers.

En alguna de sus cartas, el escritor ruso revela que nadie quería reconocer su trabajo como propio de un nuevo género literario: tuvo dificultades para ello, y batalló hasta lograrlo. Eso le llevó unos 5 o 6 años, pues en 1886 Chéjov ya tenía su fama y había escrito más de 300 cuentos. Twitter fue creado a inicios de 2006. En cinco años, el microblogging se impuso, no sin dificultades (algunas aún persisten: hay gente que todavía no entiende de qué va eso de tuitear), y hoy día se estima que esta red tiene cerca de doscientos millones de usuarios en el mundo, cifra que se vuelve obsoleta día a día: la batalla para imponer el microblogging no fue menor, como tampoco lo fue la de Chéjov por imponer su estilo narrativo, aún vigente.

Puede pensarse que la genialidad de lo breve que conquistó Chéjov se debía a la búsqueda de una virtud literaria, a un plan preconcebido orientado al desarrollo de una nueva literatura. En parte, eso está bien, pues Chéjov consideraba una virtud la «continencia verbal», rechazaba la retórica y la monotonía que «enfrían, casi cansan» cuando el lector debe hacerse cargo de lo escrito. Y llegó a profetizar su máxima:

No pulir, no limar demasiado. Hay que ser desmañado y audaz. La brevedad es hermana del talento.

Pero más allá de eso, hay que subrayar que Chéjov se convirtió en un genio de la brevedad, antes que nada, por la sencilla razón de que debía escribir cuentos con un espacio previamente limitado:

Fue Leykin, un editor de Petersburgo, quien dio a Chejov su primera oportunidad. Dirigía un periódico llamado Fragmentos, y encargó a Chejov escribir un cuento semanal de cien líneas, a ocho kopeks la línea. (SM)

Un tuit no puede abarcar más de 140 caracteres. Que existan muy buenos tuiteros, y que Twitter mantenga su encanto para quienes están enredados en ello, es en parte porque sobra el espacio para el  talento en esa más que acotada brevedad. Claro que también hay mucha cáscara, y algunos gorjeos no pasan de graznidos insulsos. Pero ese es otro asunto.

Chéjov comenzó a escribir sólo para ganar unos cuantos kopecs. Sus primeros cuentos, publicados entre 1880 y 1882 cotizaban 8 kopeks la línea (menos de 10 centavos de dólar: habría que calcular su valor relativo para aquella fecha, pero no era mucho). Cuando escribía estos cuentos «debía tener bien grabadas en la mente dos cosas: la necesidad de ser breve y no superar nunca el número de líneas del encargo, y las imposiciones de la censura» (NG, 13). Más tarde, además, le impusieron que sus cuentos fueran «ligeros y cómicos» (NG, 15). Para firmar sus cuentos adoptaba varios y distintos seudónimos.

Brevedad, ligereza, comicidad e incluso cierta vocación de anonimato podrían ser algunas de las claves para convertirse en un buen tuitero, uno de esos que seguimos de verdad (o sea, de los cuales no nos salteamos ningún tuit, más allá de que a veces pifien feo cuando escriben). También, manifestar de manera sincera una preocupación por el naufragio ético y cultural en el que zozobran nuestras sociedades globales fue virtud de Chéjov, y lo es de los mejores en Twitter.

Al principio, Chéjov escribía en los momentos libres y sin disponer de un rincón tranquilo para él solo. En esas circunstancias, lo mejor que se puede escribir es un tuit, o dos si uno está inspirado. Quizás ello fuera otro de los condicionantes de su brevedad magistral: tuitear se tuitea en cualquier lado.

Algo característico del estilo de Chéjov es su brusquedad y rapidez:

tenía una forma extraordinaria de introducirse en una historia, una forma brusca y ligera, fulminante e imperiosa, como si de pronto alguien abriera de par en par una puerta o una ventana para ofrecer al lector los rasgos de una figura humana o de un grupo de figuras humanas, permitirle escuchar el sonido de sus voces, intuir sus estados de ánimo, el servilismo o la afectación, la paciencia o la prepotencia, y a continuación, cerrara esa puerta o esa ventana ante el lector absorto, divertido y estupefacto” (NG, 16).

Un buen tuit no es más que eso: en la ventana de nuestro navegador, súbitamente, aparece el mensaje que alguien suelta por algún lado. Brusco y ligero, fulminante, el tuit nos permite escuchar por breves segundos el eco de una historia, una reflexión, un estado de ánimo, y en seguida desciende en nuestra TL (time line, cronología) para perderse entre otros tantos mensajes y para dejarnos más o menos sorprendidos ante lo leído: divertidos, si hay humor; estupefactos, si el tuit acaba de soltar una barbaridad; conmovidos, si fuera el caso que lo escrito es de tono melancólico o piadoso o dolorido.

Se ha insistido en esa suerte de neutralidad objetiva que sostenía Chéjov en sus relatos. La idea de que el escritor no juzga ni opina sobre los hechos o los personajes que aborda y se mantiene impasible ante lo que va narrando. «Un escritor que nunca hacía comentarios», apostilla Natalia Ginzburg (NG, 17). Y en Twitter, a diferencia de en Facebook, no se concibe la posibilidad de dejar comentarios. Es cierto que algunos tuiteros se enganchan en conversaciones e intercambios, pero lo hacen a fuerza de abandonar el género. Twitter no está pensado para comentar: en esto, Francisco Serradilla ha sido claro cuando escribió sobre la sociedad unidireccional. En Twitter se dice lo que se tiene que decir, se lee lo que se tiene que leer, y a otro asunto: para dialogar, el chat. Horacio Quiroga también lo tenía claro cuando escribió en su Decálogo del perfecto cuentista que había que creer en un maestro (él creía en Chéjov junto a otros tres: Poe, Maupassant, Kipling) como en Dios mismo. Hay muchos tuiteros, pero maestros en ello, pocos: síguelos y aprende de ellos, tienen qué enseñar.

Otra máxima de Chéjov a propósito de estas limitaciones y virtudes de la brevedad y de la unidireccionalidad:

Cuando escribo, confío plenamente en que el lector añadirá por su cuenta los elementos subjetivos que faltan al cuento.

Si esto no funcionara, no funcionaría Twitter, más allá de que a menudo los tuiteros se quejen de ser malinterpretados y den pie a una andanada de protestas por parte de aquellos que subjetivamente se sienten afectados. Eso no tiene mayor relevancia. Ya fue dicho: un auténtico buen tuit no admite comentarios (apenas el ser retuiteado).

Chéjov asistió a la rebeldía de su época, pero sólo como espectador. Y cuando tomó partido lo hizo casi a modo declarativo: anda por ahí un tuit suyo diciendo «soy marxista» o algo así. Ahora no lo encuentro en la Time Line.

Algún crítico dijo de una de sus obras: «Chéjov ha rellenado su trabajo con un cúmulo de disparates. Predica un pesimismo optimista y un optimismo pesimista…» (NG, 69). Eso en Twitter es una de las claves para el buen desempeño de quien publica sus tuits. En la concepción del mundo de Chéjov, la pasión por la teatralidad y los bacilos de la tuberculosis son equiparables. Para quien tuitea, la pasión literaria de este género es tan contagiosa como una bacteria maligna.

En una carta a Grigoróvich (de 1886), dice Chéjov:

He escrito mis cuentos como los reporteros que informan de un incendio: mecánicamente, medio inconsciente, sin preocuparme para nada del lector ni de mí mismo…

Las claves del buen tuitear están ahí: escribir con brevedad, con humor, con una visión optimista del pesimismo y pesimista del optimismo, con desinterés y sin ser conciente de la importancia que un tuit puede llegar a tener para quien lo vaya a escribir o para toda la red de usuarios que puedan llegar a leerlo.

Es cierto que en paralelo a su cuenta de Twitter, Chéjov tuvo la oportunidad de mantener algo así como un blog (una escritura periódica) donde librarse de las acotaciones de los 140 caracteres. De allí sus incursiones en el cuento más largo (La dama del perrito es una maravilla) y en la dramaturgia, donde también fue muy bueno. Pero no hablaré de estas extensiones, pues mi intención era recuperar al Chéjov de la mejor brevedad, el que mejor puede sostener la idea de que sigue siendo nuestro contemporáneo, y el que mejor nos permite considerarlo aquí como un precursor de Twitter.

Por último, quiero rescatar la idea del crítico italiano Vittorio Strada, a quien cita Sergio Pitol en su bello ensayo «Chéjov nuestro contemporáneo». Dice el italiano acerca de Chéjov que: «bajo un máximo de aparente transparencia se oculta un núcleo cerrado que escapa a toda formulación crítica». Eso podría ser la última verdad sobre Twitter. Cuando uno lee un buen tuit, percibe que hay allí una voluntad de realidad y de verdad que no puede ser criticada, porque estas dos dimensiones semánticas o éticas sólo coexisten en su tensión y en su carácter irreconciliable. Se lee, se piensa, se sufre, se moviliza el ánimo, pero luego la crítica no puede hacerse cargo de nada, porque dicha tensión genera la evanescencia. Entonces, solo cabe seguir escuchando el eco de esos trinos, ya sea que canten a la caída del sol o al amanecer: lo mismo da.

Aunque no sea viernes, hoy, desde aquí, le envío a Antón Chéjov mi FF#. Una lista extensa de lo mejor de @chéjov puede leerse en la Biblioteca Digital Ciudad Seva.

Y bien, esto se hizo muy largo. No digo más.

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Notas:

(CU) – Correo de la UNESCO. Número de Enero de 1960.

(NG) – Natalia Ginzburg (1989): “Antón Chéjov”, Editorial Acantilado, Barcelona, 2006.

(SM) – Somerset Maugham: Prólogo a una selección de cuentos de Antón Chejov.

AquilesBaeza, 13 years ago
esta nota ya salio a portada... pero me da gueva buscarla... nomas toma mi palabra al respecto... :P
canitoy, 13 years ago
Yo también recuerdo haberla visto en portada. La busqué pero no la encontré...