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No estoy en Twitter. Tampoco en Facebook. El martes, sin embargo, le pedí a mi hijo que me ayudara a cancelar una página espuria que alguien, no entiendo con qué fin, abrió a mi nombre. No entiendo, porque ese “alguien” no me hacía aparecer como un personaje macabro. Se limitaba a responder mensajes, dar consejos y enlazarme con “amigos”. No sé cuánto tiempo de vida tiene ese perfil en Facebook, apenas el martes me enteré de su existencia. Anoche seguía abierto.
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