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Pasados 19 años, Rafael ya se había hecho una vida en Nueva York con una documentación falsificada. Era un inmigrante dominicano más, sin papeles, que sobrevivía en la Gran Manzana con toda clase de trabajos irregulares, desde cocinero hasta limpiador de cristales. Confiado en que su pasado había quedado ya suficientemente atrás, había iniciado los trámites para recuperar su verdadera identidad y había solicitado una copia de su partida de nacimiento en el consulado. Por supuesto ni se acordaba de aquel día de Reyes (6 de enero de 2012) en el que la policía neoyorquina le identificó por estar orinando en el 1.409 de Dyckman Street. Se había creado incluso un perfil de Facebook. Estaba convencido de haber borrado de su vida el asesinato de aquella chica, su particular historia de violencia.
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