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En la historia de la Fórmula 1 en México figura un episodio vergonzoso. Era octubre de 1970 en la pista de la capital mexicana, los neumáticos de los monoplazas favoritos, Ferrari y Tyrell, estaban listas para rechinaban con violencia. Pero algo no andaba bien. Ese día ingresaron más asistentes de los que permitía la propia capacidad del autódromo. Las escuderías se negaban a correr, los organizadores les convencían y entraba más gente al circuito. Algunos aficionados tiraron las rejas de seguridad para sentarse en el pasto, algunos cruzaron el camino e incluso el piloto británico Jackie Stewart no pudo terminar la carrera porque había arrollado a un perro.