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Los votantes están llenos de prejuicios irracionales. Ejemplo: creen que se pueden bajar los impuestos y, al mismo tiempo, subir el gasto público. Otro más: quieren precios bajos pero que se proteja la industria nacional. El votante medio no es un doctor en economía que entiende las sutilezas de la política económica. Al electorado le gustan sus puntos de vista irracionales. No importa que estén equivocados. Total, si la sociedad convierte estas preferencias en políticas públicas, quien paga los platos rotos es la sociedad entera.