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No es claro para que se reúnen durante tres días miles de jóvenes para conversar y jugar sobre sus gustos, aficiones y novedades. Tampoco porqué el gobierno federal, el estatal y una universidad pública (la U. de G.) patrocinan un evento privado, y un gobernador eufórico promueve con alegría (y varios miles de pesos en becas para los participantes), la “fiesta en el campus” como una expresión de innovación, de creatividad, de productividad, de imaginación, de reunión de talentos jóvenes que auguran con certeza un futuro promisorio para todos. Parece más claro el interés de los organizadores privados por promover sus empresas (Campus Party, en tanto “Marca Registrada”, entre ellas), por ofrecer contratos de trabajo a algunos jóvenes (“oportunidades”, dicen ellos), por vender la vieja ilusión de que el presente está en manos de los jóvenes y de las propiedades casi milagrosas de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación para potenciales “emprendimientos” (start-ups).